Por Sergio Marquina  /

Sin dudas que nosotros los periodistas somos optimistas a todo trance. Pareciera además que de tanto repetirnos decimos y escribimos lo mismo, pareciera que creemos que nos creen algo de eso que repetimos, pero no, en la actualidad la opinión pública, la de la calle y la comunidad,  parece tener poco que hacer en los medios de prensa oficiales.

Confiados y tenaces a ultranza, asistimos a cuantas desgastadas conferencias de prensa nos convocan y a ellas vamos esperanzados de reportar informaciones atractivas de última hora y novedosas,  esperando siempre escribir  algo de realidad objetiva que el pueblo reciba con optimismo o con fe, de expectativa real, de todos estos importantes y necesarios programas de desarrollo económico y social en cualquiera de sus renglones.

Pero de común estos encuentros extendidos a veces hasta el infinito con aburrimiento agregado, constituyen un rosario  de iguales exculpaciones, cargándole la mano a dos sambenitos ya no tan contemporáneos pero recurrentes a la hora de añeja justificadera: el periodo especial que arrastramos hace 30 años y el bloqueo norteño con mas de medio siglo de zancadillas de antigüedad. Supongo que para individuos de la generación actual estos lastres que nos siguen endilgando  les suenan como a nosotros nos suena hoy la reconcentración de Weyler y las crisis del machadato, páginas que no dejaron de marcarnos pero que logramos superar a fuerza de sangre y coraje.

Existe, por demás, una cierta tendencia a reclamar mayores esfuerzos de los trabajadores para el desarrollo del país. Ese empuje es válido, pero no son en realidad los trabajadores quienes tienen que sacarle las castañas del fuego a tanta insolente chapucearía administrativa. A tanta torpeza oficial. Penurias a causa de la cual estamos en una innegable crisis económica y desbarre social.

Sin dudas, por años una buena parte del pueblo se ha dedicado, guiado por la inquebrantable voluntad de resistir, a trabajar y a hacer, pero en verdad muchos que no debían, continúan agitando desde posiciones cómodas los sambenitos  de siempre y que la prensa tiende a amplificar sin entrar a analizar en profundidad cuanto seríamos capaces de acometer sin el lastre de aquella historia contemplativa. En la misma cuerda bascula la corrupción y los delitos, signado por tanta corrupción institucional que extendida como mancha de aceite sobre el agua tiende a contagiar a la gran masa de la población.

Conocemos los resultados del  irrespeto público, de conocer a quiénes miran para el otro lado y la filiación que existe entre cierta fuerza proclive a desorganizar como forma de lucro. En mucho más de una oportunidad fieles periodistas cazadores de la opinión publica callejera, sin compromisos algunos con oficinas refrigeradas, han alertado sobre la necesaria transparencia en las relaciones con la población, sin embargo,  ¿Cuánto hace que se habla de lo mismo? ¿Desde cuándo el pueblo expone, plantea y discute en reclamos permanentes sus problemas, que son los mismos problemas  de la Revolución, del socialismo mientras, mal que nos pese, los periodistas somos testigos de los trajines conque a veces estos reclamos desengañan a través de de confusas y aun increíbles respuestas burocráticas, dejando a la buena suerte esos reclamos de protección y orientación?

Es cierto que el periodo especial y el actual bloqueo incidieron e inciden para días como hoy, pero la historia continúa su rumbo. Nos enseñaron a enfrentar con estrategia los malos tiempos. Hacerle frente sin dar un paso atrás, de eso todos estamos convencidos, y por eso me pregunto entonces las causas, por lo que la prensa no penetra en las raíces, apartándose de las bambalinas justificativas que recurren a estos sambenitos y deja de llorar sobre la leche derramada. 

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