Al despuntar la década del 1950 ya existían en la ciudad de Camagüey dos populosos mercados de abastos, como entonces se denomina a esa Babel de casillas, vendutas, fondas, ventorros, kioscos, tarimas,y vocinglería. La venta se extendía las 24 horas del día. El de la Plaza de San Francisco, (hoy parque José Martí) y el de Santa Rosa, situado en el macizo edificio que se levanta en una de las esquinas de Florentino Romero y Andrés Sánchez, a la entrada del barrio de La Vigía, este último fue el más importante por lo que pudo aportar a la economía criolla del menudeo. En esa época había cientos de cosas que cambiar, es verdad, pero algo no había: la inflación.
Todo este recuento histórico, aprendido por los libros, llegó a la memoria cuando debí adquirir uno de estos “combos” que periódicamente nos tocan en suerte pero, al estilo de aquellos “globos” y estas “completas” , lo tomas o lo dejas, Nada de abrir la bolsa y seleccionar lo que deseas o lo que te permite la economía.
Se me objetará que esta venta se realiza de tal modo para facilitar el trabajo de los empleados de la unidad comercial. Bien pensado pero, ¿cómo se le facilita el bolsillo al cliente?. ¿Cómo ocurrió tal idea de todo por un precio haciendo firme la absurda filosofía de lo tomas o lo dejas?. ¿De parte de quién estamos, de los indios o de los cowboys?
Tal parece que, en esta escandalosa inflación de días como hoy, los establecimientos estatales pulsan con los centros particulares en busca unos y otros del premio Guinness por subir precios al garete, sin ton ni son, ante la virginal mirada de las autoridades que supongo tienen también que vaciar sus bolsillos para pagar quinientos pesos por un cartón de huevos u ochenta por seis cebollas, solo dos ejemplos sin nada que norme o regule tales aumentos.
Cada fin de semana, y otros días, en nuestra ciudad el mercado del rio, bien conocido por todos, se inunda literalmente de viandas y vegetales. Grandes transportes, dedicados de común al traslado de pasajeros, se han convertido en camiones de carga en transito hacia el mercado, mientras placitas y vendutas mueren de aburrimiento con sus mostradores vacíos.
“¿Quién controla qué? o algo está podrido en Dinamarca”, sentencia el antiguo refrán o existe una escondida red en la cara oculta de la Luna. ¿Quién le explica entonces al pueblo de forma creíble en la calle, que es el espacio donde se juega a cara o cruz este proyecto de país, las razones de esta multiplicación de precios que ya no parece tener frenos y cuya carrera pudiera hacernos explotar como una cafetera?
Por Sergio Marquina