Por Sergio Marquina /
A los profesionales del periodismo en el ejercicio de la opinión publica les bastaría sentarse a la puerta de sus casas para ver pasar en caravana figuras que en su momentos influyeron en el sector de la prensa y que hoy, vislumbrados a distancia, llegamos a la conclusión que de periodismo no sabían absolutamente nada. Aunque, a veces, a algunos no les faltaba la buena intención.
Hoy nos damos cuenta del polvoriento tránsito que ha traído no pocos lodos al extremo de comprender hasta qué punto la profesión pudo ser manipulada o al menos utilizada para agitar campañas, reproducir discursos, encumbrar personajes y echarnos sobre los hombros responsabilidades que, por ley, nunca le han correspondido.
Ha sido necesario llegar a días como hoy para concluir que por años se depositó la responsabilidad del intercambio con la prensa en manos de autosuficientes y mediocres, inteligentes o ignorantes, arribistas y designados.
Tan variopintas especies que a veces me gustaría tener tiempo suficiente para ir sacando estos personajes del rastro del olvido y tomar algunos de ellos como base material de estudio. Unos de seguro que nos harán reflexionar seriamente sobre resultados en el acontecer cotidiano, otros serían candidatos al premio honoris causa de la trompetilla criolla.
Por años la prensa ha insistido en llamar la atención y alertar sobre temas puntuales en nuestra sociedad y la economía sin que su voz apenas se le tuviera en cuenta para ofrecer alguna respuesta o una explicación que, siempre a medias, dejaba a la población en el igual mundo perdido de los placatanes sin protección.
La historia inevitablemente coloca las cosas en su lugar. Envidio la forma en que se divertirán nuestra futuras generaciones al desclasificar algunos absurdos. Sin embargo; existen personajes persistentes, gente a las que considero patrimonio nacional a juzgar por su presencia e incidencia y por el modus vivendi en que, como el comején, se ha desarrollado entre nosotros.
La opinión publica nuestra de cada día se alimenta y convive en la multitud cotidiana de la calle, la que lucha en su forma y manera con todos sus destinos, buenos o malos, mejores o peores. En el propósito de llevar a las páginas de la prensa sentimientos y razones del ciudadano, que cada vez más se siente atropellado o se estima agredido y violado sus derechos, la prensa bate un ajiaco de quejas y reclamos por parte de la población que está en una acera y que, confiada a veces y decepcionadas otras, apenas recibe la respuesta justa que llegan desde el otro lado de la calle.
Estas relaciones de la prensa con el público se transforman, la anunciada transparencia pública, recurso insistente en la Constitución de la República y que debiera consolidar una cierta cultura “periodística“ se debilita. Sin embargo, a pesar de estos registros constitucionales el criollo de a pie ha detectado que muchos y una buena parte de sus problemas pueden ser sino solucionados, al menos escuchados desde las páginas de un periódico y no desde una oficina burocrática de atención a la población. Quiero decir con esto, que en lo actual existe una mayor confianza de percepción en las gestiones realizadas a través de la prensa que desde el despacho de un funcionario publico.
Usted puede fácilmente interpretar que cuando la población toca esos aspectos tan complejos en sus llamados de socorro y orientación es porque en el otro cielo de más arriba hay mecanismos obstruidos y adulterados debido a espacios ocupados por la incompetencia y el compadreo. Y tanto es así, que cogidos in fraganti, hay respuestas desvergonzadas que no dicen nada, como no sea justificar y explicar lo que no tiene explicación y que se conoce sólo porque lo publicó la prensa, pues de lo contrario todo hubiera quedado entre despachos de las dependencias y las administraciones burladoras de la ley y protegidas por otras “leyes” de ese sociolismo rampante que se mueven entre telones.
Por supuesto que en este pueblo polivalente que somos esa tarea de recuperar lo perdido no es solamente de los revolucionarios, ni siquiera de los menos revolucionarios. Del conjunto de aquellos que contamos con este necesario sentido equilibrado de la justicia y la identidad del entorno social. Por supuesto que la prensa reconoce en esta batalla cotidiana cuanto peligro acecha en estos giros de la burocracia y el cabildeo. Nos lo esta alertando el pueblo en mucha de su dolida presencia y reclamos, en las acciones que va tomando, cansado ya de abandono, insensibilidad, oportunismo y el peligro acumulado de respuestas resbaladizas que nos lleva cuesta abajo.
Por años convivimos con funcionarios incapaces que hicieron del figurao un modus vivendi. ¿Cuántos no viven del figurao creyéndose cosas y lo peor, haciéndonos creer que son cosas?.
Dentro de nuestra sociedad tiene estilos y grados apuntalados por la doble y triple moral en la que nadan como el pez en el agua. Con esa cofradía de sociales que se ramifican y que si los analizamos a fondo tienen hasta sistemas de aviso. Como las fases de la temporada ciclónica, Para cuando llegue el mal tiempo. Para evacuar, protegerse y luego ir a la recuperación. ¿Quién no conoce esos casos? ¿Quién no conoce de estos que desaparecen de aquí y aparecen por allá?
Esos son los todavía omnipresentes personajes que viven de las apariencias, los que premeditan ventajas y posiciones. Imagino que en la igual forma con que las prostitutas calculan sus ganancias según la posición en el arte horizontal, el figurao es la prostitución de la conciencia ciudadana, esa prostitución de la conciencia ciudadana otros escritores agudos le han denominado moral en calzoncillos.